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lunes, 9 de septiembre de 2013

MARRAQUEX ( I )


   Los palmerales se sucedían entre espacios de tierra árida y rojiza. Nuestro autobús avanzaba con velocidad uniforme conducido por Fran, hacia la gran ciudad de Marraquex. Ahora estábamos atravesando el puente, de gran número de ojos que salvaba la cuenca de un río casi seco. Nos estábamos acercando a la antigua capital imperial que fundaron los almorávides, a partir de un gran campamento fortificado que establecieron al ir consolidando sus victorias hacia el norte del Magrib.

 

   Al salir de Rabat los compañeros que viajábamos, por consenso, habíamos decidido dar una buena propina a nuestro guía Yunes y a su compañero, el corpulento Idris, que se encargaba de la custodia del autobús. Yo con discreción fui recogiendo el dinero que aportaba cada uno y cuando lo tuve reunido, me acerqué al asiento del autobús que ocupaba Yunes y, en nombre de mis compañeros y mío, se lo entregué diciéndole que se lo repartieran entre él y su compañero. Le dije que lo hacíamos para expresar nuestro agradecimiento por las continuas atenciones que tenían con nosotros. Lo recogió y me expresó su gratitud.
   Yunes, antes de acercarnos a los palmerales de Marraquex ya nos había dado unas pinceladas históricas de esta importante ciudad. También nos había contado varios detalles útiles de la gran urbe actual; y seguidamente, como ya por hábito habíamos establecido, micrófono en mano comencé la narración sobre esta ciudad.
   Seguimos con las aportaciones históricas de Gil Benumeya:  “Marraquex resulta el revés de Fez, su otro polo. La primera fue grisácea estrecha sabia y religiosa. Marraquex rojiza-rosada, ancha, guerrera y rural. En Fez terminaban idealmente dos extremos de al-Ándalus y del arabismo oriental. En Marraquex comenzaban las montañas nevadas y allí afluía todo el nomadismo desde los desiertos africanos del lado atlántico. En Fez se decantó y refinó un tipo muy localista de habitantes permanentes: los fasíes. En Marraquex, la población fue siempre variada y fluctuante, como punto máximo de confluencia de varias regiones llenas de tribus agrícolas y seminómadas. Pero Fez acabó por ser llamada” la capital del Norte” y Marraquex “la capital del Sur”.
   La antigua capital imperial del Sur, con sus altas montañas, la cordillera del Atlas, que cual inmenso decorado embellecen su horizonte con sus picos nevados, que se hermanan con los picos Mulhacén, Veleta, y Alcazaba de la Sierra Nevada “Granaína”.
   La silueta de la Kutubía, hermana de la Giralda, nos traen el recuerdo, en Marraquex, de aquella tarde de Noviembre del año 1590 en la que el sultán Muley al-Mansur, “el dorado” vio salir de Yemaa el Fená, un pequeño ejército andaluz que marchaba a la conquista del Sudán, en el río Níger.
   El contingente de esta expedición, morisca o andalusí, se concentró en Marraquex. Iban cerca de seis mil hombres, entre los cuales dos mil escopeteros de a pie, quinientos escopeteros montados, mil quinientos lanceros, y un grupo artillero de seis cañones pedreros. Además, había un millar de nómadas que conducían la impedimenta a lomos de camellos. Gran parte de estos andaluces eran cristianos, otros moriscos, y había también ”elches “ y “renegados”. Esta expedición andalusí tenía por comandante supremo al almeriense de Cuevas de Almanzora Yuder Pachá. El “elche” Hassan Frigo mandaba el ala derecha; Qasam “el morisco” el ala izquierda, y en el centro iba el propio Yuder Pachá. Este ejercito salió de la ciudad que íbamos a visitar, con un pomposo desfile ante los ojos del sultán. Desde las azoteas de esta ciudad las mujeres les lanzaban el ¡yu, yu, yu! de despedida. Aquellas tropas almogávares expatriados de su tierra andaluza cruzaron el Atlas por altos desfiladeros. Cruzaron el Sáhara, donde el mayor prodigio fue encontrar los pozos salobres, en una marcha lenta y terrible donde se perdió la mitad de la tropa. En Febrero de 1591llegaron al Níger los supervivientes, y en Marzo se dio la batalla de Tondibi, donde los tres mil hombres escasos de Yuder derrotaron a unas masas armadas de ochenta mil guerreros negros.
 
     Nos sigue contando Rodolfo Gil Benumeya: “lo más representativo de Marraquex a través de su historia local, fue durante muchísimo tiempo, la costumbre de que el Estado, el Imperio y el Sultanato marroquíes prolongasen sus encuadramientos andaluces, no solo en lo militar, sino en lo gubernamental de visires, embajadores y consejeros diversos que eran de orígenes andalusíes. No sólo “granadinos” de Tetuán y “sevillanos” o “extremeños” de Rabat, sino con figuras directamente peninsulares como las del diputado de Cádiz José Moreno Guerra y Navarro, que fue asesor político técnico del sultán Muley Sliman. Así, encontramos en el encanto de aquellos rincones andaluces de la venerable capital del Sur, la tranquilidad, las pausas de silencio, y los contrastes de los laberintos de tapias que se atraviesan para llegar a ellos. Aunque los mejores sitios son los que no se encuentran.
   Como es el caso de  la tumba del teólogo, gran filósofo y médico andalusí del jalifa almohade Abú Yacub Yusuf. El gran sabio de Córdoba a sus más de setenta años fue desterrado a la ciudad de Marraquex, a causa de sus avanzadas ideas y que, a pesar del intento que hizo de casar la teología con la filosofía, no le valieron ante los fanáticos alfaquíes de su tiempo. Murió en esta ciudad lejos de su querida Andalucía. La síntesis de su filosofía y de su pensamiento pasaría a Europa, siglos después, a través de las escuelas de traductores que se crearon en las ciudades de al-Ándalus conquistadas por los cristianos del norte peninsular. A pesar de que pronto pisaríamos Marraquex, al no estar localizada su tumba, sabíamos que no podríamos rendirle homenaje a este antiguo compatriota nuestro.
   La noche se nos había echado encima cuando comenzamos a entrar en Marraquex por uno
de sus muchos barrios periféricos. Una gran avenida nos conducía al centro de la ciudad moderna, bordeada de una larguísima hilera de palmeras. Veíamos junto a ella casas y bloques de viviendas, todas con azoteas, ni un solo tejado, con dos o tres alturas, y cuyas fachadas y todo su exterior estaban pintadas de color rojizo-rosáceo. En este aspecto como después veríamos a lo largo de la visita a esta ciudad este color se mantenía en toda la ciudad moderna. Tan solo observamos el blanco de la cal en los palacios y en algunas casas de la Medina de Marraquex que después veríamos. Estábamos llegando a nuestro destino. Yunes nos informó que pasaríamos dos noches en esta ciudad. Nos alojaríamos en el Hotel Meriem. Por fin se paró el autobús junto a la entrada del hotel. Yunes nos advirtió que tras dejar las maletas y después de asearnos un poco, bajáramos rápidamente al comedor del hotel para cenar.
   Tras pasar su puerta, equipaje en mano,  accedimos a un gran patio ajardinado, donde destacaba una plantación de grandes cañas de bambú. En el centro del mismo había una gran alberca, o piscina, para los bañistas. Todo el espacio que veíamos estaba cuidado con pulcritud e iluminado ténuamente con una luz acogedora. A esa hora de la tarde-noche la temperatura era suave y muy agradable.
   Aún no habíamos entrado todos en el gran patio, antesala del hotel cuando de improviso, casi al unísono vimos y llegó a nuestros oídos una música, yo diría de nubas andalusíes, que con sus dulces notas nos estaban dando la bienvenida a la gran capital del Sur, la antigua Marrakús. Éste fue un gesto precioso por parte del Hotel Meriem.
   Por fin ya en nuestras habitaciones nos dimos una buena ducha, y rápidamente siguiendo las indicaciones que nos había hecho nuestro guía Yunes bajamos al comedor. Cenamos con tranquilidad tras el largo viaje desde Rabat. Después algunos compañeros y compañeras de viaje salimos a recorrer las calles adyacentes al hotel, para estirar las piernas y mover un poco la digestión de la cena. Pero pronto cada cual se fue a sus habitaciones para descansar. Yunes nos había convocado a las ocho de la mañana del día siguiente. Nos esperaba una larga jornada de visitas. Entre ellas el punto más lejano de nuestro viaje; Agmat, donde se encontraba el mausoleo del rey andalusí de Sevilla al-Mutamid.
   Al día siguiente, 4 de Mayo del 2013, a la hora convenida desayunamos en el Hotel Merién. Después nos dirigimos al autobús donde ya nos esperaban los habituales vendedores de la ciudad ofreciéndonos sus productos. Montamos en el mismo y nos dirigimos a un lugar donde recogimos a nuestra guía local marroquí que nos iba a explicar, en un perfecto español la ciudad. Era una mujer joven vestida según la ropa tradicional marroquí, pero con la cara descubierta, cubriéndose solo el pelo con un pañuelo. Era una persona de ideas avanzadas, la cual resaltó el importante papel que debe tener la mujer en la vida diaria, tanto en el hogar como en el país. Derrochaba simpatía y conocimiento, por lo que las horas que pasamos con ella fueron muy agradables y provechosas.
   Se presentó y nos dijo que íbamos a ir en primer lugar a ver Los Jardines de la Menara, los más bonitos de la ciudad, con su gran estanque, que se encuentran a las afueras de esta gran urbe, a una hora andando desde Marrakex. Pronto enfiló Fran con su vehículo una moderna, espaciosa y larguísima avenida toda ella acompañada de elegantes palmeras y de bellos jardines.
   Llegamos por fin a La Menara, con su gran estanque, que está rodeado de un extenso olivar, quien se lo iba a imaginar aquí en esta zona semiárida. Bajamos del autobús y lo primero que contemplamos fue un grupo de camellos y un pony que, sujetos de las riendas a unas estacas, esperaban el paseo que les solicitara algún turista. Como el sol se dejaba ya sentir, Josefina le pidió a nuestra guía que le pusiera su pañuelo en la cabeza según la tradición local, cosa que la mujer hizo con mucho gusto.
   Desde este lugar, casi en desbandada seguimos a nuestra guía a la zona del estanque: Inma Martínez , la familia Medina, Eduardo y Lola Torres, Lola Hernández, Josefina Martínez, María José Madrid, José A. Ruiz, Rosario Sabariego, Maricarmen y el resto del grupo. Pronto nos encontramos sobre el amplio paseo que rodea toda la gran alberca. Allí nuestra guía nos informó que este estanque fue proyectado en el siglo XII, en tiempos de la dinastía almohade, pero luego cayó en la ruina, hasta que en el siglo XIX los monarcas alauitas pusieron en marcha un proyecto de recuperación. En 1869, el sultán Mohammed V hizo construir lo que hoy caracteriza el lugar: el pabellón con el tejado de tejas verdes que se encuentra junto al estanque, reflejándose en sus aguas. Nos comentó  también que este lago artificial se construyó con el fin de entre otras cosas enseñar a los soldados magrebíes a nadar, pues debían estar capacitados para atravesar a nado los grandes ríos que, en sus conquistas al norte, los magrebíes iban a tener que pasar.
   Esta enorme alberca de 150 x 200 metros, es utilizada también para regar los jardines de La Menara. El agua es traída a este estanque directamente de los deshielos del Atlas. En este lugar pasamos un rato muy agradable entre jardines, y viendo como el precioso pabellón se refleja en el agua, fundiéndose todo el conjunto con el fondo de las montañas del Atlas que dominan el horizonte de La Menara.
     De nuevo en el autobús regresamos a la ciudad de Marraquex, a través de las grandes avenidas de la villa nueva, o de la ciudad moderna, construida en cuadrícula según el racionalismo de esta época, muy distinto al de su Medina. No mucho tiempo después enfilamos con el vehículo en el que viajábamos una larga y recta avenida  que se dirige justo a la Torre Kutubía. Desde el principio de esa avenida se ve elevarse el elegante Alminar, construido todo él en piedra. 
   Antes de acercarse nuestro autobús a la torre se paró en un punto donde desde la parte central de la gran avenida por la que íbamos, comienza un amplio paseo peatonal bordeado de hermosos jardines y salpicado de elegantes fuentes de agua para refrescar el ambiente. Allí todo nuestro grupo andaluz se hizo numerosas fotos, tanto en grupos como individualmente. Pero sin lugar a dudas la “novia” más solicitada para fotografiar fue la Torre Kutubía, a la que le hicimos fotos desde todo su contorno. Tras un buen rato en el que paseamos todos en este entorno lindo, nuestra guía marroquí, nos llamó a arrebato para que nos juntáramos. Nos comunicó que seguidamente tras algunas notas que nos iba a decir sobre Marraquex, iríamos a ver el palacio de La Bahía.

Fin de la octava parte.
 Continuará.  
TEXTO: Manuel Ochando.
FOTOGRAFÍA: Juan Martos, Inma Martínez, Rosario Sabariego, M. Ochando, JARE.

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