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jueves, 23 de octubre de 2014

ABDERRAMÁN I

Este personaje aparece en la historia como el primer Emir independiente de Al-Andalus.

Tenemos que aclarar que la historia “oficial” (entre comillas) del primer siglo del dominio musulmán en Andalucía está basada en leyendas que nos han sido transmitidas casi siempre por cronistas que las han escrito mucho tiempo después y que incluso los originales de esas crónicas nos han llegado a través de copias posteriores con las consiguientes interpolaciones (correcciones) que le solían introducir a los textos medievales los copistas posteriores.


Aclarado ese tema vamos a explicar la historia oficial de Abderramán I que según la leyenda nació en un monasterio cerca de Damasco en el 731. Era nieto y primo de califas de la dinastía Omeya de Damasco. Su padre, que no llegó a gobernar, estaba casado con una concubina cristiana bereber del norte de África y de la que nació nuestro personaje, que según la descripción física era delgado, alto y rubio. Era tuerto y barbilampiño (con poco vello en la cara).  

Las disputas por el Califato en Damasco llevó al poder al clan de los abasíes que cambió la capital a Bagdad. Los abasíes persiguieron a los omeyas llegando a aniquilar a toda la familia menos al joven Abderramán (siempre según la leyenda) que tras un largo periplo de huida, con anécdotas peliculeras incluidas, consiguió refugiarse en las tierras de la familia de su madre, en el magreb. 

Desde allí tomó contacto con partidarios de los omeyas en al-Andalus. Desembarcó en Almuñécar en el 755 y poniéndose al frente de un ejército consiguió conquistar una parte de al-Andalus, y tras derrotar al emir Yusef al Fihri junto al Guadalquivir, entró triunfante en Córdoba.

Abderramán se proclamó Emir independiente del Califato Abasí, aunque no se atrevió a proclamarse Califa, aceptando, teóricamente, la supremacía religiosa del califa de Bagdad. Los cronistas le pusieron el sobrenombre de al-Dakhil (el inmigrante) y “el halcón de los Quraysh” haciendo referencia a este clan familiar de la Meca del que era miembro Mahoma y al que según un Hadiz deberían pertenecer los califas.
 
Y aquí tenemos, quizás, una de las claves para entender la construcción de esta leyenda de la salvación de un Omeya y su huida a al-Andalus. Tiempo después, cuando Abderramán III se proclama Califa de al-Andalus necesitará una justificación genealógica para cumplir con ese requisito, el estar emparentado con el clan familiar del profeta Mahoma. Para ello es necesario que uno de sus antepasados –en este caso Abderramán I, provenga de esa tribu. Es así cómo podemos entender esa leyenda justificativa.

Pero detrás de estas leyendas fantásticas podemos intuir otra realidad histórica. El siglo VIII fue un periodo bastante convulso en la península Ibérica. El componente religioso y social tuvo mucho que ver en ello. Las disputas por el poder entre las diferentes facciones terminaron con la victoria de una facción que se proclamaba de religión unitaria en la que cabrían tanto los cristianos unitarios arrianos como los incipientes musulmanes, también unitarios, a los que se habrían unido los judíos fuertemente perseguidos por los visigodos trinitarios.

Pero el derrocamiento de la monarquía visigoda trinitaria en el 711 no traería la paz a las tierras del antiguo reino visigodo. Varios cabecillas filoarrianos o filomusulmanes luchaban entre ellos para hacerse con los resortes del poder militar y económico. Al final, uno de ellos, que los cronistas lo identificaron con el nombre de Abderramán I, se hizo con el poder en la ciudad de Córdoba, y con la ayuda de un numeroso ejército de mercenarios (según recogen las propias crónicas) intentó hacerse con el control del antiguo reino visigodo creando un nuevo Estado, el andalusí, en el que la religión de las clases dominantes sería el Islam, y la lengua sería la del Corán, es decir el árabe. Esta nueva lengua se iría imponiendo en los siglos posteriores como lengua de cultura a través de la extensa red escolar que impulsaron por toda al-Andalus los sucesivos gobernantes.

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