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domingo, 11 de enero de 2015

Abu l-Asbag Ibn Arqam



Nació en Guadix aproximadamente en el primer tercio del siglo XI, posiblemente en la década de los años veinte de ese siglo.  Murió en el año 1092.
            Fue autor de obras de prosa y poesía demostrando ser un elocuente escritor con una amplia formación lingüística y cultural. Fue también el padre de otro conocido literato de la época: Abú Amir Ibn Arqam.
            Estudió en Granada con un erudito oriental experto en materias como Astronomía y Filología. Perfeccionó su dominio del árabe con el famoso filólogo y escritor cordobés Ibn al-Iflili. También fue discípulo del Cadí de Almería ibn Baskuwal que fue el que le ayudó a instalarse en la corte taifa almeriense.

            Antes de instalarse en Almería, vivió un tiempo en la taifa de Denia gobernada por al-Dawla donde ejerció como secretario del rey de Dénia.
            Se ganó la confianza del rey al-Dawla por la calidad de las epístolas diplomáticas que redactaba en nombre del rey. Eso le granjeó la envidia y las críticas de otros secretarios y escribanos de la corte. En concreto podemos explicar la anécdota de uno de esos escritos que había enviado a Egipto en nombre del Rey como parte de la estrategia diplomática del gobernante de Dénia.  Enterado el rey de la hambruna que padecía en esas fechas el califato fatimí de Egipto, al-Dawla mandó al califa de Egipto un barco lleno de provisiones acompañado con dos cartas redactadas por Ibn Arqam que debían ser brillantes para impresionar al Califa y al Visir de Egipto. Y debieron surtir efecto pues el califa egipcio le devolvió el barco lleno de dinero, joyas y obras de arte. 
            Parece que el éxito de nuestro personaje no gustó a otros miembros de la corte que le hicieron la vida imposible en Dénia. Al final, Ibn Arqam decidió marcharse de la corte de Dénia e instalarse en la de Almería donde llegó a ser visir de al-Mu`tasim Ibn Sumadih de Almería.
            Como visir del rey taifa de Almería tuvo sus luces y sus sombras. Su honestidad y lealtad le supuso sin embargo algún contratiempo en su labor diplomática. Por ejemplo, sabemos a través de las memorias de Abd Allah, el último rey zirí de Granada, de un episodio bastante comprometido para él.
    
        Al-Mutasim de Almería mandó a Ibn Arqam como embajador ante el rey taifa granadino. Allí le recibió el visir de Abd Allah, el judío Ismail ben al-Nagrilla. Parece que el visir granadino trataba de confabularse con el gobernante almeriense en contra de su rey granadino Abd Allah. Nagrela le comentó en privado a Ibn Arqam sus planes. Este, haciendo gala de su honestidad y desconociendo la implicación de su soberano, quiso poner en aviso al rey granadino sobre los planes de su visir. Parece que el rey granadino no prestó mucha atención a las insinuaciones de Ibn Arqam. Entonces Nagrela, desconfiando del visir almeriense, escribió al rey al-Mutasim para que lo relevara y enviara a otro en quien confiar. Al-Mutasim relevó de esa tarea a nuestro personaje, pero mantuvo su confianza en él en otras misiones sabedor de su lealtad.
            Otra prueba de esa lealtad es otra anécdota que tuvo como embajador ante la corte de al-Mutamid de Sevilla, que impresionado por su elocuencia y su personalidad, le invitó a quedarse en su corte. Ibn Arqam rechazó el ofrecimiento educadamente y se lo contó a su rey al-Mutasim.
            Fue autor de numerosas epístolas, normalmente en prosa rimada, como era costumbre en su tiempo, y también se le conocen algunos poemas.
            Precisamente hemos querido hablar de este personaje por ser el autor de un poema en que, ya en el siglo XI, describe la bandera blanca y verde andaluza.
            Se trata de un panegírico que recitó al ver una bandera verde con una cenefa blanca en manos de uno de los acompañantes del rey almeriense al-Mutasim, que la desplegaba sobre la cabeza del monarca. Ese fragmento viene recogido por el historiador francés de origen argelino, Henri Pérès, en un preciso libro sobre la historia de al-Andalus en el siglo XI, que se llama El esplendor de al-Andalus. El poema dice así: 

Una verde bandera
que se ha hecho de la aurora blanca un cinturón,
despliega sobre ti un ala de delicia,
que ella te asegure la felicidad
al concederte un espíritu triunfante.
Observa con atención los felices augurios
que harán surgir ante ti el éxito.

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