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jueves, 21 de mayo de 2015

Ibn al-Baytar

Abd Allāh Ibn Aḥmad al-Mālaqī (el malagueño) y al-Nabatí (el botánico) mas conocido como Ibn al-Baytar (el hijo del veterinario), fue un médico y botánico andalusí que nació a finales del siglo XII en una fecha desconocida, quizás entre 1180 y 1190, en la provincia de Málaga- se cree que en Benalmádena-. Murió en Damasco en el año 1248.
            Además de los preceptivos estudios coránicos de la enseñanza primaria, mostró gran interés por el estudio de otras materias como la botánica, la medicina -especialmente la farmacopea, tan íntimamente ligada a la botánica-, así como los minerales, los paisajes, historia y astronomía.


Tras su primera etapa de formación en Málaga, se trasladó a Sevilla a profundizar en el estudio de la botánica con varios maestros, entre ellos Abu-l-´ Abbas al-Nabati, con los que empezó de herborista recogiendo plantas por el territorio de al-Andalus, anotando su utilidad y la mejor forma de aplicarlos para la cura de diferentes enfermedades.

            Durante esos años en al-Andalus se vivía en continua tensión bélica por los enfrentamientos entre los Almohades, que dominaban al-Andalus, y los reinos cristianos del norte que seguían con sus conquistas militares por tierras andalusíes ganando batallas a los norteafricanos como las de las Navas de Tolosa de 1212. En ese contexto Ibn al-Baytar llegó a servir en el ejército musulmán como médico acompañándolo en algunas batallas. Esta experiencia de curar heridas de guerra le sirvió como práctica en su carrera de médico.
            En 1220 decidió abandonar al-Andalus y emprender un largo viaje por el norte de África y Egipto. En Marruecos estuvo recorriendo el Atlas recolectando especies vegetales. Luego llegó hasta Orán donde pudo ejercer su profesión gracias a las cartas de recomendación de conocidos malagueños que tenían muchos contactos comerciales en esa ciudad. Su fama de médico iba creciendo en el Magreb a la misma vez que iba creciendo su catálogo de especies clasificadas en su farmacopea.
            Sus viajes por las ciudades del norte de África continuaron, hasta que se instaló en Egipto donde la medicina estaba muy avanzada en ese tiempo. Estuvo en Alejandría y el Cairo, en cuya Universidad de al-Azhar impartió clases. Desde allí no dejó de viajar en busca de plantas y nuevos conocimientos sobre sus propiedades y utilidades, entrevistando a todo tipo de personas que tuvieran algún conocimiento sobre la materia.
            Su fama de galeno y botánico llegó a oídos del Sultán al-Malik al-Kámil que lo nombró encargado de los herboristas. En Egipto hizo amistad con otro médico sirio, Ibn Abi Usaybia, que el Sultán había nombrado director del hospital de el Cairo. Cuando el sultán muere en 1238 Ibn al-Baytar se marcha a Damasco con su amigo con quien recorría la zona en busca de nuevas plantas para aumentar su catálogo de farmacopea. En Damasco le sorprende la muerte, paradójicamente, al parecer por la ingestión de una planta que resultó ser venenosa.
            Fue autor de diversas obras médicas –se le atribuyen once tratados- entre las que destacan las farmacológicas. De ellas, la más conocida y divulgada fue “El libro que recopila los medicamentos y los alimentos simples” conocido como Kitab al-yami. Este tratado es una enciclopedia de todo lo se conocía hasta el momento sobre el tema.
 Recopiló todas las noticias sobre los medicamentos y los alimentos simples que habían recogido los sabios antiguos como Dioscórides y Galeno, y los musulmanes como al-Gafiqi, al-Razi y una larga lista entre los que incluye a ilustres andalusíes como Ibn Zuhr, pero curiosamente no incluye a otros como los conocidos Averroes y Maimónides.
En su libro tuvo en cuenta las informaciones sobre simples de todos esos autores, confirmándolos, reelaborándolos y añadiendo unos 200  nuevos, hasta 1.400, contando los de origen vegetal, animal y mineral, una cifra mucho mayor que la que recoge Dioscórides en su Materia médica, la gran obra de referencia hasta entonces.
Hacía una detallada explicación de las propiedades de cada planta como remedio y las clasificaba según sus propiedades como antifebriles, analgésicos, estimulantes, calmantes, cicatrizantes, digestivos y otras categorías. Esa clasificación ayudó enormemente a los médicos de su época y de siglos posteriores. Por eso su obra se fue reeditando hasta el siglo XIX quedando así reconocida la vigencia y calidad de su labor.
En otra de sus obras: “El tratado sobre el limón” demuestra ser un gran conocedor de los cítricos y sus múltiples virtudes alimenticias, curativas y preventivas.

Por la gran trascendencia e importancia de su obra Menéndez Pelayo lo calificó como el “Dioscórides español”. 

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